Época: Arte Español del Siglo XVIII
Inicio: Año 1700
Fin: Año 1800

Antecedente:
La obra

(C) Germán Ramallo Asensio



Comentario

También en el año 30 se inicia su colaboración en retablos, contratando la parte escultórica del retablo que, para la ermita de San Antón, habían de hacer Jacinto Perales y Nicolás de Rueda (desaparecido). Es al año siguiente cuando, también junto a Jacinto Perales, contrató el retablo de San Miguel de su parroquia, en Murcia. Este retablo es extraordinariamente importante, moderno en su concepción y recoge unas figuras de arcángeles muy bien concebidas y realizadas teniendo en cuenta su ubicación; se ha criticado el poco detalle de algunas, pero hay que considerar la visión lejana, además del deterioro y posterior restauración que sufrieron tras el hundimiento del presbiterio y cúpula de la iglesia en 1866.
También novedoso en el ambiente murciano sería el Tabernáculo de las Claras, gran templete octogonal de dos pisos, que se relaciona (como otros retablos de Murcia) con los dibujos arquitectónicos del jesuita P. Andrea Pozzo. Para aquí hizo Salzillo los Cuatro Evangelistas, que se sitúan en las partes ochavadas del tabernáculo, dos ángeles adoradores en su interior, la escultura de Santa Clara, en el interior del piso superior, y la Inmaculada como remate; en esta representación la figura está envuelta en su manto como será habitual en todas las anteriores y posteriores, excepción hecha de la antedicha que había de rematar el retablo de Santa Isabel.

Pero aún había de trabajar en la imaginería de otros dos interesantes retablos, consiguiendo en ellos obras de primerísimo orden. Se vienen fechando entre los años 45 a 50, y se trata del retablo mayor de las Anas y el de las Agustinas. En el primero, obra de Ganga Ripoll, destaca su grupo titular: Santa Ana enseñando a leer a la Virgen. Se completa el grupo con los Santos Juanes, San José y San Joaquín (ambos con sus preciosas criaturas en brazos) y en el ático: San Antonino y San Alberto Magno, esculturas más adocenadas, sin duda por el lugar que iban a ocupar. Merece consideración aparte la imagen de San José, ya que se conserva el boceto de barro en que se plasmó la primera idea. Se representa con la cabeza dirigida hacia arriba, a la hornacina que ocupa el grupo de madre y abuela, mientras el Niño mira hacia abajo, a los fieles, y bendice; el Santo queda como auténtico intermediario. En la hornacina central del retablo mayor de las Agustinas se encuentra la que quizás sea su mejor obra, o de las mejores. Representa a San Agustín combatiendo a la herejía: de gran tamaño, el obispo se yergue enfurecido y pisoteando a los herejes, consiguiendo una expresividad carente de la afectación a la que es tan proclive Salzillo y un movimiento que nos hace pensar que estamos ante el mejor barroco romano.